Si cierro los ojos todavía lo puedo ver, bordeando el río, con un cigarrillo en la mano, cada vez más cerca mío.
Pasó una mano por mi cintura, y con la otra me secó una lágrima... "las muñequitas no lloran, sonríen para idiotizar a los muchachos como yo"... y sí, sonreí.
Me abrazó fuerte, pero me rodeó con tanta calidez que sentí que ese era mi lugar en el mundo. Ahí, en su pecho, justo donde se sentían los latidos como si un centenar de caballos estuvieran galopando.
Esa noche me hizo sentir importante, me hizo sentir lo más importante de su vida, como si yo realmente lo fuera.
Nos quedamos enroscados mirando el agua, sus labios encontraron los míos encajando a la perfección. Su lengua nada tímida recorrió la mía, dibujó formas suaves alrededor de mi boca, me atravesó el cuello descendiendo cada vez más. Sus manos jugaron con cada rincón de mi cuerpo.
Nos buscamos hasta encontrarnos, hasta vernos rendidos, hasta ver que las escaleritas no nos alcanzaban.
Caminamos mientras todas las estrellas nos observaban, y nos fuimos haciendo dueños del mundo.
En su auto, más enroscados que antes, fuimos hasta su departamento.
Nos conocimos, nos disfrutamos, nos vivimos.
Sus dedos quedaron marcados en cada pedazo de mi piel. También su olor y sus ganas.
Ese primer día fuimos uno hasta el amanecer.
El 20 de mayo de 2006 ýo estaba muy sola, muy vacía, muy apagada. Una serie de sucesos habían derribado todos mis muros. Sentí que mi vida era un suicidio en cámara lenta.
Hacía una semana que Juan había decidido un viaje a Montevideo para resolver una relación no cerrada, y me había corrido de su vida.
El estuvo ahí, el fue mi ángel por una noche (y por otra, otra, otra... y otras más). Ese fue mi primer amanecer con Pino.
domingo, diciembre 13
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